Deshidratadora Ada: la oportunidad laboral para las mujeres de Las Compañías

Por cerca de dos décadas la fábrica se convirtió en el sostén económico para los habitantes de este territorio que destacaban su cercanía  y las expectativas futuras, sobre todo por la estabilidad que generaba para el segmento femenino.

A mediados de la década de los  ’80 el sector de Las Compañías se enfrentaba a una dura cesantía acelerada por la crisis económica de 1982. El gobierno militar de la época respondió con los planes  de empleo de emergencia del PEM y el POJ  y el sector acentuaba su imagen de población ‘dormitorio’ ante la carencia de industrias o fábricas. Fue en ese contexto en que la puesta en marcha de la fábrica de morrones  denominaba planta industrial deshidratadora ADA Limitada de la Amerycan Dehydrator Association fue vista como una oportunidad clave para la población.

De acuerdo a los registros de la época la empresa  era representada por Raúl Quemada Leria y Nelsón Magallon Gómez, de Industrias J.Matas y partió con 14 empleados de planta y  180 operarios, principalmente mujeres, que laboraban en tres turnos. Los principales rubros que deshidrataban fue el pimiento rojo y verde, puerro, zanahorias, ajos, espinacas. Su puesta en marcha generó  expectativas, sobre todo en el segmento de las mujeres que encontraron una alternativa para generar recursos y ayudar a la economía  familiar

De paso Las Compañías volvía a tener un movimiento industrial como en su momento ocurrió con la presencia de los Jesuita y la industria  olivícola, la revolución de Lambert con el cobre en La Compañía Alta; la planta de Brillador y el boom de la fábrica de Cemento Juan Soldado.

Su historia forma parte del proyecto periodístico ‘El papel desconocido de las mujeres en el auge industrial de Las Compañías’, proyecto financiado a través del FFMCS 2025.

Imagen que corresponde al interior de la fábrica

UN RECUERDO CON NOSTALGIA

La inversión inicial fue de 121 millones de pesos y  se levantó  en Avenida Islón con Avenida  El Libertador, área que se había visto revitalizada con la inauguración en agosto de 1982 con el puente El Libertador que por décadas fue solo una estructura de madera.

El gerente  de la Planta Marco Mazzola destacó la importancia  de su puesta en marcha. Aunque procesaba diferentes productos  fue conocida como ‘La Morronera’, donde la materia prima fue exportada a Estados Unidos y la Comunidad Europea.

Carolina Godoi González actualmente tiene 61 años y confiesa que el recuerdo de la fábrica ADA le genera nostalgia, sobre todo porque en  su momento  fue importante para su grupo familiar.

“Existen muy buenos recuerdos porque ahí nosotros entramos a trabajar porque era muy escaso el trabajo y para nosotros fue muy bueno porque estaba en La Compañía y nos pasaban a buscar en la micro y era cerca”, rememora.

Reconoce que por las características de la industria fue vital para el ámbito femenino, “trabajaron muchas mujeres, además que al hombre lo contrataban más para labores pesadas.  Además, que era recomendable porque era por turno y uno podía descansar”, complementa.

En su caso se desempeñaba en producto terminado, “donde llegaba seco el pimentón y el puerro, era lo que más se procesaba (…) Fue buena esa fábrica, porque en ese tiempo nadie tenía pega y era muy difícil encontrar trabajo, pero en esta fábrica uno esperaba afuera  y necesitaban gente, por lo que entraba de inmediato  y le indicaban el turno, eran 60 mujeres por turno”, profundizaba.

Increíblemente alcanzó a estar 18 años y pasó por las diferentes secciones, “era por temporada, se terminaba el periodo del puerro y llegaba otra temporada, contrataban cierta cantidad de gente y donde ingresaban más era en el pimentón, uno se acomodaba bien”, precisaba.

Carolina Godoi recuerda décadas después su labor en la ex Morronera en la bajada de Nicaragua con Avenida Islón

Su capacidad de trabajo la llevó a ir ascendiendo. Incluso, en un momento por su experiencia laboral se transformó en jefa de turno y le permitió colaborar en otras comunas. “Fui a Salamanca donde empezaron a trabajar en el prapica que molían en unos molinos, fue muy bonito, porque fui subiendo, primero estuve en resecado, encargada de esa área, después entré a producto terminado donde aprendí  de todo, envasaba y después me pasaron a los molinos, los cuales fuero armados por una persona de España, aprendí el tema y luego enseñé lo que sabía”.

El  caso de la familia González fue paradójico. Cuatro de sus integrantes terminaron trabajando en la fábrica. Gina Godoi González (64) es una de ellas. En su caso ingresó en 1989. “Mi hermana (Carolina) entró primero, en mi caso trabajé en producción, los morrones los lavaban y pasaban por una cinta donde estábamos nosotras y le sacábamos las partes interiores. Yo quería trabajar en esos momentos y como estaba mi hermana ahí mismo, ella me hizo la movida y entré. A todos les gustaba, además que necesitábamos unas monedita, porque era como fácil y altiro tenían plata, no veían la edad, entraban todos, hasta niñas, iban un rato, pero ganaban platita. Para todas las mujeres, para mí fue algo bueno, una lástima que duró poco, fue triste porque ya no hubo más producción y nosotros teníamos que trabajar. Es por ello que terminamos empacando uvas”, sentencia.

También trabajaron Soledad y Rosa Godoi González, “como recibían a cada rato no había problema, había trabajo todos los días y eso era lo bueno”, enfatiza.

Su visión es que en Las Compañías hace falta fábricas para la generación de empleo. “Cómo estamos ahora”, sintetiza.

Gina Godoi  González en el 2025 rememorando su labor en la fábrica

LAS PRIMERAS ALERTA

Desde de su puesta en marcha la planta fue vista como una solución para enfrentar el alto desempleo. En paralelo se destacaba su cercanía. Incluso, en un momento  se dispuso de locomoción para las personas  que habitaban en las nuevas poblaciones que comenzaban a levantarse en Las Compañías, sobre todo Viña del Mar y Villa El Parque.

Lo que más  se reconocía es que se le daba una oportunidad a las mujeres que ya comenzaban a jugar un papel clave en los hogares. Se vivió una década de bonanza.

Sin embargo, a finales de los ’90,  comenzó  a incubarse el malestar de los vecinos que residían en las nuevas poblaciones  que se levantaban alrededor de la industria. Chile había recuperado la democracia y lentamente se profundizaba su inserción en el ámbito internacional. De paso el país crecía a un ritmo acelerado y la palabra calidad de vida y protección al medio ambiente tomaban fuerza en las agendas.

Se iniciaron los reclamos de algunos vecinos por malos olores  y luego  se denunció a la prensa regional una eventual contaminación. El malestar fue recogido por diario El Día que en agosto de 1998 publicó una nota donde residentes advertían el mal olor, “que despiden sus procesamientos no se puede soportar ni de día ni de noche y que tienen que vivir con las ventanas cerradas para evitar que este hedor traspase las barreras de la casa”, manifestaba.

El gerente de Operaciones Nelson Torres Kameide respondió que utilizaban los sistemas más modernos para enfrentar las complicaciones. “Poseemos un control de la más alta tecnología para evitar los malos olores, ya que  nuestra empresa se ha caracterizado en los últimos años en la preservación del medio ambiente y sus condiciones”, remarcó el ejecutivo.

Agregó que las hortalizas expelen sus olores  naturales, “unos más molestos que otros, pero  ninguno de ellos es dañino”, remarcó.

De  paso  explicó que se había efectuado una alta inversión para enfrentar esta temática, “el sistema de eliminación de olores mediante  ozono es lo último que se ha fabricado en el mundo (tuvo un costo de 60 millones de pesos), por lo tanto que la comunidad de este sector poblacional sepa que estamos muy preocupados de que las cosas se hagan como corresponde legalmente (…) Nuestra empresa es la única en la región que ha hecho esta inversión y la única que se ha preocupado de preservar el medio ambiente”, sentenció.

Gina Godoi González (64) aunque dice entender el tema del medioambiente,  lamenta los cuestionamiento que comenzó a recibir la fábrica y de la propia población de Las Compañías. “La gente molesta por cualquier cosa, pero la gente que trabajaba ahí estaba contenta y además que todas conocimos nuestros maridos ahí. Mi esposo es Luis Gálvez quien trabajó en las calderas”, rememora.

En su caso estuvo una década, “para mí fue muy hermoso y me marcó totalmente”, puntualiza.

Esta imagen muestra la infraestructura de la deshidratadora Ada rodeada de terrenos cultivables.

EL OCASO Y EL CIERRE

A las señales de descontento y denuncias por eventual contaminación a principios  del 2000 la industria comenzó  a enfrentar una dura crisis económica que dejaron al descubierto los proveedores. Admitían que el mayor impacto se reflejaría en la pérdida de fuentes laborales.  El episodio fue complejo, sobre todo porque en los últimos años se había realizado una ampliación de la fábrica, lo que se interpretó como el buen momento que atravesaba la industria y su crecimiento sostenido.  Se temía que el cierre de la planta podría dejar sin su fuente laboral a más de 500 personas. Una vez que se conoció públicamente la información, al interior de la empresa se actuó con hermetismo y cautela. El gerente de Operaciones, Nelson Torres admitió con sorpresa ante las especulaciones del cierre. Incluso, aseguró que los esfuerzos estaban encaminados a potenciar la empresa y buscar nuevos mercados.

Con el paso de los meses  la situación se hizo insostenible  y se agudizó con la crisis económica que desencadenó un alto desempleo. En julio de 2002 se produjo el cierre total. Un letrero que anunciaba la venta del terreno colocaba punto final a la historia de una planta que resultó clave para mujeres  de Las Compañías y sus alrededores.

Carolina Godoi no oculta que la noticia del cierre de la fábrica la golpeó fuertemente, “fue muy triste porque uno estaba acostumbrada a los turnos y era un trabajo cercano.  Siempre decíamos que esa fábrica daba bastante trabajo. Vimos cuando la desarmaron  y se llevaban las máquinas. Ahí se fueron todos los recuerdos y en la misma fábrica conocí a mi marido (Carlos Cortés) y armé mi familia. Él trabajaba en resecado donde llegaba el producto desde los hornos para secarlo y luego pasarlo a producto terminado y posteriormente a envases”, explica.

El impacto fue duro. Habían cambiado las condiciones. Si en los ’80 su apertura generaba expectativas y era celebrada por la gente de Las Compañías, a finales de los ’90, el tema ambiental comenzaba a tomarse la agenda y las personas ya no aceptaban abiertamente que las fábricas estuvieran cerca de su hogar, ni menos que expeliera fuertes olores o el humo de las chimeneas contaminase el ambiente.

En la década de los ’80 la fábrica de Morrones fue una alternativa laboral para cientos de mujeres de Las Compañías.

Además, el sector lentamente comenzaba a cercarse de poblaciones y los nuevos residentes poco sabían de la historia de cómo la ‘Morronera’ ADA había frenado la fuerte cesantía en Las Compañías. Un sector donde la mayoría de las calles eran de tierra y recién el alcantarillado se comenzaba a masificar. “Hubo tristeza, porque cuando uno iba al centro veía que estaban desarmando todo y decíamos, era grande la fábrica, desarmaban las máquinas y las embalaban en grandes camiones, era muy triste.  Uno se recuerda mucho de las cosas que vivió (…) Fue  muy provechoso y uno aprendía mucho, a mi marido también lo enviaron a Santiago a irradiar el producto cuando salía contaminado”, resalta Carolina Godoi.

Con el tiempo se dedicó al cuidado de su hija y madre. “Mi hija ve las fotos y le gusta porque uno sale contenta y con los amigos”, subrayó.

Solo recuerdos. Tras la fábrica  tuvo un paso de cuidadora de adultos mayores.

Antes del cierre la deshidratadora Ada había apostado por el crecimiento con la inyección de recursos para una ampliación de la fábrica y contratación de mayor mano de obra y aumento en las cuotas de materia prima para procesar. No obstante, nada resultó. Se bajaba la cortina a una industria emblemática. Tras su cierre definitivo sus instalaciones fueron ocupadas por un colegio evangélico y actualmente en su espacio se construyó el supermercado Santa Isabel y en el entorno se levantaron diferentes poblaciones como los complejos  habitacionales Nova y  Gabriela.

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