Segundo Avilés, un recuerdo que se mantiene intacto

Con más de 100 años atendió uno de los negocios más antiguos en La Compañía Baja. Estaba ubicado en la esquina estratégica de calle Monjitas con las Rosas. Poseía una clientela que si bien había disminuido aún le era fiel.

Su caso fue único. No sabía leer ni escribir, pero durante décadas manejó con envidiable maestría uno de los negocios de barrios más populares y antiguos de La Compañía Baja.  

Conocido como una persona de pocas palabras, Don Segundo llegó a mediado de los 70’ a su negocio y estaba prácticamente solo, al pasar los años se transformó en un verdadero personaje, cuando no estaba dentro de su hogar-negocio se le encontraba en pena calle tomando el sol de la mañana y conversando con los vecinos más cercano.

Quienes lo conocieron reconocieron su bondad, pero también su carácter duro, sobre todo con los menores. De hecho, cuando Periódico La Compañía visitó su negocio reaccionó con molestia al presenciar que le sacábamos fotografías. “Por favor no siga”, nos advirtió.

Llegó al lugar a mediado de la década del 70′ cuando recién se comenzaba a poblar el sector y los servicios básicos eran mínimos. Se ufanaba de su papel de comerciante y el cariño por esta actividad.

El fuerte de su negocio eran los frutos del país, aunque una de esas virtudes es que compraba todo tipo de productos a quienes llegaban a ofrecer. Como buen negociante manejaba el precio, pero siempre se caracterizó por pagar de inmediato y al contado. “Yo soy comerciante”, se transformó en su frase recurrente.

En todo caso, él mismo estaba consciente que no todo lo que adquiere terminaba por venderlo. De hecho, quienes tuvieron accesos a sus bodegas se podía advertir cajas con quedos o verduras que llegaron a un estado de descomposición porque no lograban venderse.  Pero, Don Segundo parecía tener clara que esas eran las reglas del juego. Los costos de la oferta y la demanda. En su momento, cuando en Las Compañías no se masificaban las cocinas a gas o los actuales microondas, el fuerte de su negocio fue la venta de leña y carbón. Hasta antes de su muerte solo este último combustible se encargaba de distribuir.

Su boliche lo mantuvo abierto todos los días. En su calendario no había sábados, domingos ni menos festivos. Vecinos cercanos aseguraron que durante los últimos años esta actividad se transformó en una rutina clave para mantenerse activo. Así lo refrendó Luis Arancibia, quien en ese entonces poseía una de las florerías más antiguas del sector. “Es una persona que su vida a girado al negocio. Estamos conscientes que muchas veces no vende, pero le sirve para mantenerse activo”. recalcó.

Cuando Periódico La Compañía, volvió una tarde de domingo a su negocio para conocer más antecedentes de su vida y explicarle el objetivo de la entrevista, no hubo caso. No entendió que la finalidad era destacar a las personas más respetadas y que en su momento hicieron un aporte al sector.

DECLIVE EN SU LABOR

Su labor de comerciante tuvo un declive al fallecer su esposa y fueron sus propios vecinos quienes se comenzaron a preocupar de su soledad. Con la señora Edith entabló una cercanía y una relación que resultó clave. “Conmigo se reía, risotadas. Ya no estaba mucho rato parado”

Edith asegura que para Don Segundo “el negocio era su vida”. Durante toda su vida nunca cerró el negocio, “un día le dije ‘Segundo, porque usted no me da una llave a mí, porque si Dios no quiera a usted le pasa algo o se muere como vamos a entrar a verlo’ se sonrió y no me dio la llave”.

La señora Edith se convirtió en una persona fundamental en la vida de Don Segundo

CARÁCTER RESERVADO

Su vida transcurrió entre sus tardes al sol o cumpliendo labores de aseo y atendiendo a los clientes que ingresan a su negocio donde aún conservaba las primeras vitrinas que se utilizaron y una antigua romana.

Poseía una fiel clientela que lo acompañó por años que concurrieron a su negocio. A sus 102 años mantenía vigente una tradición de barrio, pero que se truncó en septiembre de 2016 cuando producto de una enfermedad falleció en el anonimato.

Quienes lo conocían destacaban su carácter reservado, aunque antes de morir logró arreglar el futuro de su negocio que lo inquietaba. Su amiga, la señora Edith nos recibió en el comedor de su hogar y entre risas y un poco de nostalgia recordó algunos momentos junto a Don Segundo.  “A este niño que él le compró el sitio le dijo un día ‘niño ven para acá, mira cuando yo me muera tú vas a tener que venir a ayudar a la señora Edith y a vestirme porque ella no va a poder vestirme’, él pidió permiso en el trabajo, porque su abuelito se había muerto, lo fue a buscar a la Morge, lo visitó y lo sepultamos, tal como Don Segundo lo había dicho”.

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Actualmente la propiedad está en manos de Gerardo Vega quien se la adquirió a don Segundo antes de fallecer entablando un fluido diálogo, a pesar de la diferencia de edad. Comenta que Don Segundo quería vender su casa, “la abuelita (Edith) me buscó a mí y conversó conmigo, tuvimos una larga charla y me dijo que me quedara”.

Admite que durante el tiempo en que conversaron sobre la venta de la casa él estaba muy bien de salud. “Quizás quería vender la casa y dejarlas en buenas manos”.

Gerardo esta dispuesto a continuar con el legado comercial de Don Segundo

Luego  de efectuarle una serie de mejoras, Gerardo  confiesa que está dispuesto a continuar con el legado comercial de don Segundo,  el que aún es visitado por los antiguos clientes en busca de productos específicos. “Hasta el día de hoy vienen a buscar quesos, porque aquí se vendían quesos”.

A pesar de su deceso, Don Segundo por su particular estilo de vida, aún  sigue presente entre quienes visitaban su almacén  y los pobladores que  compartieron u estilo y energía que derrochó hasta  el último momento de su vida.

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