El vendedor de pescado en carreta que mantiene viva una tradición en Las Compañías
Don Fernando Segundo Velásquez Pacheco (70) recibirá un reconocimiento del municipio de La Serena por representar el patrimonio vivo del sector y desarrollar una labor que inició en 1974.
En medio de los avances tecnológicos y el aumento del parque vehicular, Don Fernando Segundo Velásquez Pacheco (70) mantiene una particularidad: es uno de los últimos vendedores de pescado en carreta que aún recorre Las Compañías. Hasta el 2015, también destacaba su tío Adrián Pacheco quien le enseñó el rubro, pero optó por abandonar este oficio que en los ’60, ‘70 y ‘80 vivió un verdadero boom. De hecho, eran más de 20 las personas que expendían el producto destacando ‘Quico’ Godoy, el ‘micho’ Briones, Manuel Codoceo, Germán Godoy y Rubén Perera, entre otros.
Vive en calle América en La Compañía Baja junto a su esposa María Teresa Ardiles y una de sus hijas.
La Municipalidad de La Serena a través de la Delegación Municipal se ha propuesto testimoniar a cada personaje que ha cumplido una labor que está en franca retirada, pero que en un momento entregaron un aporte clave a sus habitantes. Es por ello que le entregará un diploma por representar el patrimonio vivo de Las Compañías.
El viernes 18 de junio de 2021 lo acompañamos durante toda la mañana en su recorrido para conocer su labor. Partimos puntualmente a las 09:00 y pasadas las 11:00 horas tenía vendido las 19 reinetas que llevó.
Su jornada parte a las 05: 45 horas cuando junto a un compadre de la caleta San Pedro se trasladan al puerto de Coquimbo para comprar el producto, luego vuelve a su casa, se recuesta unos minutos y desayuna viendo las noticias.
Mientras efectuábamos el recorrido nos contó parte de su vida y de su trabajo que comenzó en 1974. “Me inicié con mi tío Adrián Pacheco. Le pedí que me ayudara porque estaba casado. Como laboraba con mi abuelo (Pedro Pacheco) en la parcela 109 de Vega Norte, él me pasó una carreta y un caballo para que trabajara en el pescado y me gustó. Se la fui pagando poco a poco. Vendía jureles, pescada y mucha cojinova en esos años y cuando se construyó los Arcos de Pinamar (población), empecé a vender pura reineta. He sido feliz y eduqué mis hijas (Bernarda y Maraniela)”, relata, sin soltar las riendas de su yegua.
Cuando habíamos avanzado tres cuadros su carreta sufrió un percance. “Quedé ‘empana’ (nos indica y procede a bajarse), se cortó una correa, tengo que arreglarla. Menos mal que es mansa ‘la reina’ ”. Se refiere a la yegua que tira ‘el vehículo’. Confiesa que en un momento se la querían comprar y lo pensó, pero luego admitió que a esta altura es complejo encontrar un animal de estas características, “cuesta mucho amansarlas y ya no está el cuerpo para hacerlo”, puntualiza.
TRADICIÓN EN EXTINCIÓN
La complicación la soluciona en menos de cinco minutos y retomamos el recorrido y el diálogo admitiendo que está consiente que con el tiempo se fue transformando en un personaje, “porque es la única reliquia, soy el único que anda vendiendo en carreta… he tenido tres yeguas y cuatro con ‘la reina’”, se explaya. No oculta, que en un momento tuvo la oportunidad de acceder a un carro para vender pescado, “pero, pedían muy caro. Un millón 200 mil pesos y en ese tiempo no había plata para comprar. Pero, mi carreta me ha servido para vivir y darme vuelta. Lo que se gana se come”, remarca.
En calle Álvarez Zorilla lo esperaba una de sus ‘caceras’. “Antes vendíamos el pescado completo en sartas, ahora se lo entregamos fileteado”, subraya, cuando procede a lavarse las manos antes de ‘pelar’ tres reinetas. Admite que nunca pensó en acceder a un puesto en las ferias o abrir su propio negocio en su hogar. “Estoy acostumbrado así y tengo que morir así… cuando dejó de trabajar ando aburrido y enrabiado”, puntualiza.
La señora Lilian Marín destaca la tradición que don Fernando mantiene viva en Las Compañías. “Donde el casero del pescado pasa en su carretera, ojalá esta tradición no se pierda nunca, pero es difícil. Es bueno que las nuevas generaciones conozcan esto, porque es auténtico de Las Compañías y a él todo el mundo lo conoce, es un personaje”, subraya.

EN MEDIO DE LA MODERNIDAD
Llevamos más de 10 minutos de recorrido y don Fernando no deja de hacer gestos a las personas que lo saludan en la calle. Asimismo, se mueve en medio de automóviles último modelo, micros, camionetas y camiones con maestría. “No me complica, todos me respetan, además que ando por la derecha, por ejemplo, algunas familias paran sus vehículos para que los niños vean la carreta tirada por una yegua”, enfatiza con orgullo.
Si no hubiese sido vendedor de pescado a don Fernando le hubiera encantado transformarse en agricultor. “Pero, como tuve poco estudio no aspiraba a más tampoco, mi abuelo me pasó una carreta y un caballo”, manifiesta con resignación.
Es fanático de Club Deportes La Serena y las cuecas, “bailé mucho para los 18 de septiembre, me inicié en la calle Álvarez Zorilla en las ramadas de Enrique Fredes, Osvaldo Tabilo y de doña Sara Pacheco que era cuñada con mi abuelo, después el inmueble se lo vendieron al sindicato de Brillador”, precisa.
Recalca que en esta labor se distrae, “y se me pasan los días, los meses… El sueño es tener una moto de tres ruedas, porque este caballo igual consume mucho pasto. Hay que buscar economía, pero me falta plata para comprarla. Ese es mi último sueño que me queda por tener, la he visto y me pedían 600 mil pesos y nueva piden como un millón para seguir vendiendo pescado hasta que las velas no ardan”, puntualiza.
En los Arcos de Pinamar la señora Dina Collao igualmente destacó su ancestral labor. “Es mejor que venga a nuestra propia casa, además como está el tiempo ahora (pandemia). Siempre trae el pescado fresco y hace años que le estoy comprando”, recalca.
Son las 11:15 de la mañana y don Fernando termina de vender las últimas dos reinetas y da por concluida la jornada. Reconoce que sus “caceras” no le fallan y les agradece su preferencia. Antes de regresar a su hogar cumple su último ritual: saca un cigarro y se lo fuma lentamente como señal de la meta cumplida. Lo acompañamos en su retorno y sin quererlo se transforma en un verdadero guía turístico y nos indica donde estudió cuando pequeño (ex escuela 18 de calle Juan José Latorre) y la importancia de Gabriela Mistral en Las Compañías y nos señala donde hacía clases.
De la misma forma recordó cuando con su curso lo llevaban a la iglesia San José de Juan Soldado y la evolución positiva que ha tenido el sector. Así transcurrió el recorrido con uno de los últimos sobrevivientes de una tradición que lentamente agoniza, pero que la Municipalidad de La Serena busca que se transforme en una herencia para las nuevas generaciones.

